domingo, 24 de marzo de 2013

EL ARTE DE LEER VARIOS LIBROS AL MISMO TIEMPO




No recuerdo exactamente cuál fue el primero que cayó en mis manos, pero imagino que sería un silabario de la colección El Sembrador,  porque nací antes de que se publicara el Nacho Dominicano,  en el que aprendieron a leer mis hijos y también mis nietos,  y que ahora me entero se lo están robando en el comercio porque los padres se lo encuentran caro y es por eso que los comerciantes lo encierran bajo llave.  En opinión de algunos, trescientos pesos son mucho para un libro cuando sirven para comprar un par de litros de ron.
Lo que sí recuerdo son algunas de sus lecturas, porque pasada la etapa del silabeo,  que aprendí con una profesora a quien solo conocíamos como La Doña, con un método muy sui géneris que consistía en intercalar la “u” entre  consonantes y vocales -  mua, mue, pua, pue…y así aprendíamos a leer - me encantaban las pequeñas historias que contenía ese Libro Primero de Lectura, y  junto a las famosas fábulas de Esopo, se me ha quedado grabada la del niño que imitando a su amigo Rafaelito le dio por intervenir en la conversación de los adultos para corregir lo que la mamá decía:  -¡Así no es, mamá!  Hasta que un día la mamá le dijo:  ¡Pues, díselo tú Rafaelito! y el niño, avergonzado, bajó la cabeza y aprendió la lección.
El caso es que me tocó leer muchos clásicos griegos,  porque eso era lo que más había en la biblioteca de mi papá, y libros de santos como la Vida de María Goretti, porque era lo que más había en los colegios de monjas en que los que estuve interna algunos años.
Pero luego,  leía cuánto caía en mis manos, desde las famosas tiras cómicas o historietas  ilustradas a los que le decíamos paquitos,  incluyendo los que publicaban los diarios:  Educando a Papá, Trucutú, Popeye, Mandrake el Mago y su amada Narda,   hasta alguna novela rosa de Corín Tellado que estuvieran leyendo mamá o mis hermanas mayores.  A lo que nunca pude entrarle fue a las famosas novelitas de vaqueros,  que hicieron su agosto en los años sesenta, tanto que  había gente que hasta las coleccionaba, como Don Enrique, el papá de Sonia, una amiga de infancia, que como se pasó la vida heredando nunca dio un golpe ni de karate y su ocupación más seria consistió en leer las susodichas novelitas, para lo cual todos los días tras levantarse y ser atendido a cuerpo de rey por su esposa Doña Mirín, procedía muy juicioso a enfrascarse en su lectura.
Por mi parte, yo no discriminaba, lo importante era leer y leer, a todas horas, hasta en el momento de las comidas en familia,  por lo que me gané más de un regaño,  y todavía de noche aunque fuera con un foco bajo las sábanas, cuando se apagaban las luces y me ordenaban dormir.  La lectura es para mí como una droga, por eso,  cuando estoy desesperada con el síndrome de abstinencia,   he llegado hasta leer las etiquetas de los frascos de productos de aseo personal en el baño.
Ya adulta he tenido mis libros preferidos aunque también he llegado a comprender que un tema no te cala hasta que no llega el momento para que te guste o lo entiendas.  ¿Será por eso que no he podido pasar de las primeras páginas de El Péndulo de Foucald?  También me pasa con la mayoría de los libros de autoayuda tan famosos hoy en día, pues cuando lo intento me asombra la capacidad que tienen sus autores de darle vueltas y mil vueltas a la misma idea, sin que al final lleguen a convencerme, quizá el secreto es que los terminan siendo ayudados son ellos mismos con la cantidad de dinero que llegan a recaudar con su venta.
Hay libros que, cuando los comienzas, simplemente no te puedes despegar y así he llegado a releerlos una y otra vez porque simplemente me niego a decirle adiós a sus ideas o personajes.  Es por eso que creo que los buenos libros son los que mientras más viejos y más lees, más te gustan.
Otras veces comienzo una lectura enamorada del libro,  pero si cometo el error de abrir otro, las palabras que me susurra al oído me obligan a compartir amores como una amante infiel y voy intercalando páginas de más de uno.
Lo que tiene de bueno este método es que me permite visitar en un mismo día lugares tan dispares como la laberíntica y decadente Venecia, vagando por sus calles con la Deyanira Alarcón de Antonio Gala, o de repente encontrarme en el culo del mundo para beberme un tecito compartiendo con los chilenitos de la isla de Chiloé, al que me invita la Maya de Isabel Allende, viajar en el tiempo leyendo las Memorias de Adriano que escribió Marguerite Yourcenar pero tradujo Cortázar sin que ninguno de los dos haya vivido en la Roma antigua de los Césares, aunque quizá sea cierto lo de que la gente reencarna, sin contar que al mismo tiempo leo en mi Kindle “How to deliver a Ted Talk”, a ver si algún día, después de agotar las diez mil horas de práctica como han hecho todos los que han sobresalido en algún arte o destreza,  puedo dar una conferencia de dieciocho minutos con el tema “Cómo leer cien libros al mismo tiempo”.