No importa los años que hayan
pasado ni mi edad cronológica, todavía creo en la magia del Día de Reyes. Junto
con el personaje de Peter Pan, mi primer amor, es una de las fantasías a la
que me niego rotundamente a renunciar. Se lo cuento a mis nietas a cada rato y las invito a que en la noche cuando cierren los ojos, me acompañen en sus sueños porque todavía al correr los visillos de los ventanales de mi habitación
cada noche, pienso que puede venir Peter
con Campanita a rociarme con polvo de hadas para que pueda salir volando bajo
el cielo y sobre el mar hasta llegar a la Tierra de Nunca Jamás y vivir mil
aventuras en un mundo donde hablan no solo las flores, árboles y
animales, sino hasta las montañas y las rocas,
Y no es que tenga nada en contra
del gordo Santa Claus, pero para mí, Santa es el personaje de los nuevos
tiempos, nacido en la Era de la Abundancia, donde los niños hijos de padres con
posibilidades económicas, tienen tantos juguetes, que terminan aburridos, no
saben qué jugar, a menos que no sea ensimismarse en los juegos electrónicos que
tanto aíslan y envician, al punto que los llamas por sus nombres y no
responden, viven en un mundo de galaxias, donde hay que acertar al blanco para
eliminar lo que te estorbe y conseguir la meta de ir escalando a otros mundos: Tal cual el mundo real.
En los buenos tiempos de los
Reyes Magos, sin embargo, los niños nos íbamos desde la tarde anterior a
recoger la yerba de guinea que debíamos poner junto con el agua para los
camellos debajo del arbolito de Navidad.
Los papás nos animaban a acostarnos y dormirnos tempranos para que
Melchor, Gaspar y Baltasar pudieran cumplir con su tarea de amarrar y alimentar
sus camellos de forma que descansaran
del trote y los bultos, mientras ellos descargaban
los juguetes que al otro día eran nuestra sorpresa y nuestro encanto. Muñecas, con cuerpo de trapo y caras de porcelana,
bicicletas, casitas, pelotas, juegos de té, trompos de música y luces, sombreros de vaqueros y pistolas de mito;
pero solo un regalo por niño, quizás dos, que debíamos atesorar y cuidar
durante todo el año pues no habría más juguetes hasta el próximo seis de
enero.
El resto del tiempo, si se nos
agotaba la ilusión por el juguete, debíamos contentarnos con fabricar a nuestro
antojo muebles de cartón y vestidos de retazos para la muñeca, y los varones
sus trompos y carritos de palo, guayubinas hechas con tapitas aplastadas y
gangorras, chichiguas de colorido papel encerado, barquitos de papel que
flotaban en el agua de los contenes cuando llovía…en fin todo un mundo en que
solo se contaba con la imaginación para reciclar y convertir las cosas en un mundo
de fantasía.
En mi pueblo, Bonao, Petán
repartía juguetes especialmente entre los más pudientes, que eran quienes menos
los necesitaban. A nosotros mi papá nos
tenía terminantemente prohibido aceptar esos juguetes, para eso él se esmeraba
en ir a la capital a comprarnos las últimas novedades aunque siempre pensamos
que eran los Reyes ya que conservamos hasta muy crecidos la inocencia.
Todavía me duele que tantos
niños hayan amanecido el día de hoy sin
juguetes, pero más me duele que la crueldad del mundo les haga perder su
inocencia en que los Reyes Magos si existen, me duele que ya no haya padres que
rompan vitrinas para robar un juguete para sus hijos como en el poema de María, sino para los vicios en su moderna versión de Gastar, Malhechor y Basaltar, pero confío que hoy habrán muchos Reyes repartiendo juguetes y alegría en los barrios
más necesitados, aunque como camaleones - porque eso es parte de la magia - se
transformen en todas esas personas que se dedican a preservar la alegría!
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