Desde que abrió sus ojitos y
nuestras miradas se encontraron, supe que su almita milenaria ya había
compartido otras vidas con la mía.
Pude interiorizar mis emociones
en la sala de partos, porque era la segunda vez que asistía como simple espectadora a un paritorio, ya que
hasta entonces solo conocía el rol de protagonista cuando nacieron mis cuatro
hijos.
La primera fue cuando nació mi
otra Isabel, a la que le decimos Mumy, para distinguirla de mi nieta Isabel Cookie; y
una galletica dulce es lo que ha sido para mí durante su corta vida que pronto
alcanzará la docena de años.
El caso es que cuando Mumy nació,
su mamá, mi comadre querida, quiso que la acompañara durante el parto, y allí
se mezclaron mis risas con lágrimas y mocos y pujos involuntarios tratando de
ayudar a nacer ese milagrito que le regaló la Virgen y que con los años ha
devenido en una jovencita dulce y bondadosa como su mami.
Para cuando nació Isa, ya era veterana en asistencia a partos y todo
transcurrió de manera sublime: Mi hija
como siempre extraordinaria siguiendo al
pie de la letra las instrucciones aprendidas, para que la respiración adecuada
ayudara el proceso, por algo se graduó Summa Cum Laude, porque en aplicación a
lo que estudia nadie le gana.
Y como en ambos partos los papás
se volvieron un disparate de nervios, me tocó recibir entre mis brazos ese
ángel que ha sido y será siempre Isa en mi vida.
Isa, la niña tierna que recién nacida me regaló su primera
sonrisa. Isa, a quien tuve el privilegio
de mecer por largas horas para dormirla y darle la leche que su mami, tras
extraer de sus senos, guardaba en biberones para ella cuando tuvo que irse a
trabajar. Isa, que le puso el apodo a
Titón, cuando señaló la foto del abuelo
repitiendo la onomatopeya que oía cuando éste se sentaba o levantaba de su
sillón reclinable. Isa por la que su
abuelo dejó para siempre el cigarrillo cuando le dijo que sus dedos olían feo.
Y supe a ciencia cierta que ha
vivido muchas vidas cuando siendo una niñita de apenas cuatro años, salió
conmigo a pasear a la luz de la luna en las montañas, donde íbamos a menudo de
vacaciones y mirando hacia el cielo suspiró trastocando la palabra: ¡Jabaracoa, cuántos recuerdos!
Isa, que cuando su hermanito
nació con problemas de salud por su prematuridad, le tocó compartir las
angustias de su mami, por lo que en la próxima Navidad se sentó en las piernas
de Santa Claus y mientras los demás niños pedían juguetes, ella solo le pidió
que sanara a Manuel.
Pocos meses más tarde me diría
muy seria que cuando ella fuera grande también quería tener sus
nietecitos. Yo le contesté: Pero, ¡Isa!...antes de tener nietos debes
tener hijos, a lo que ella me dijo: Si,
pero quiero tener mis nietecitos. Y
sentí muy profundo su agradecimiento por mi amor de abuela.
Tanto, que como le gustaba dormir entre nosotros prendida a mis espaldas, y para aliviarme
traté de convencerla de que en lugar de a mí le clavara sus coditos a
Titón, tratando de convencerla de que el abuelo también es una abuela, que si lo
veía distinto es porque durante el día usaba un disfraz de hombre que se
quitaba bajando un zipper que tiene en la espaldas, lo que solo hacía por las
noches cuando todos dormían y nadie lo veía. Su mami horrorizada me pidió que
no le confunda la niña.
Pero esos son del tipo de
secretos que comparto con mis nietas que saben que, por las noches, a la luz de las estrellas es posible volar con
la imaginación si usamos polvos de hadas, pues hubo un tiempo en que su abuela
era novia de Peter Pan en el reino de Neverland.
El verano pasado, cuando se
marcharon todos los primos, aprovechó que su hermano también se había ido con
su papá, para pedirme muy seria que le permitiera dormir una última vez entre
nosotros, compartiendo con sus abuelos solo para ella.
En esta primavera Isabel cumplirá
una docena de añitos y la niñita chubby se ha convertido en una jovencita alta
y espigada como una rama de bambú, que cuando camina mecida por el viento va
dejando a su paso el dulce susurro de su alma.
Y ruego a lo Alto la llene de
bendiciones, y que en las noches, cuando volemos juntas, formemos caritas en el cielo usando las
estrellas como ojitos en una carita sonriente con boquita de luna nueva.