domingo, 14 de abril de 2013

EN EL CUMPLE DE ISA




Desde que abrió sus ojitos y nuestras miradas se encontraron, supe que su almita milenaria ya había compartido otras vidas con la mía.
Pude interiorizar mis emociones en la sala de partos, porque era la segunda vez que asistía  como simple espectadora a un paritorio, ya que hasta entonces solo conocía el rol de protagonista cuando nacieron mis cuatro hijos.
La primera fue cuando nació mi otra Isabel, a la que le decimos Mumy,  para distinguirla de mi nieta Isabel Cookie; y una galletica dulce es lo que ha sido para mí durante su corta vida que pronto alcanzará la docena de años.
El caso es que cuando Mumy nació, su mamá, mi comadre querida, quiso que la acompañara durante el parto, y allí se mezclaron mis risas con lágrimas y mocos y pujos involuntarios tratando de ayudar a nacer ese milagrito que le regaló la Virgen y que con los años ha devenido en una jovencita dulce y bondadosa como su mami.
Para cuando nació Isa,  ya era veterana en asistencia a partos y todo transcurrió de manera sublime:  Mi hija como siempre extraordinaria siguiendo  al pie de la letra las instrucciones aprendidas, para que la respiración adecuada ayudara el proceso, por algo se graduó Summa Cum Laude, porque en aplicación a lo que estudia nadie le gana.
Y como en ambos partos los papás se volvieron un disparate de nervios, me tocó recibir entre mis brazos ese ángel que ha sido y será siempre Isa en mi vida.
Isa, la niña tierna que  recién nacida me regaló su primera sonrisa.  Isa, a quien tuve el privilegio de mecer por largas horas para dormirla y darle la leche que su mami, tras extraer de sus senos, guardaba en biberones para ella cuando tuvo que irse a trabajar.  Isa, que le puso el apodo a Titón,  cuando señaló la foto del abuelo repitiendo la onomatopeya que oía cuando éste se sentaba o levantaba de su sillón reclinable.  Isa por la que su abuelo dejó para siempre el cigarrillo cuando le dijo que sus dedos olían feo.
Y supe a ciencia cierta que ha vivido muchas vidas cuando siendo una niñita de apenas cuatro años, salió conmigo a pasear a la luz de la luna en las montañas, donde íbamos a menudo de vacaciones y mirando hacia el cielo suspiró trastocando la palabra:  ¡Jabaracoa, cuántos recuerdos!
Isa, que cuando su hermanito nació con problemas de salud por su prematuridad, le tocó compartir las angustias de su mami, por lo que en la próxima Navidad se sentó en las piernas de Santa Claus y mientras los demás niños pedían juguetes, ella solo le pidió que sanara a Manuel.
Pocos meses más tarde me diría muy seria que cuando ella fuera grande también quería tener sus nietecitos.  Yo le contesté:  Pero, ¡Isa!...antes de tener nietos debes tener hijos, a lo que ella me dijo:  Si, pero quiero tener mis nietecitos.  Y sentí muy profundo su agradecimiento por mi amor de abuela.
Tanto, que como  le gustaba dormir  entre nosotros  prendida a mis espaldas, y para aliviarme traté de convencerla de que en lugar de a mí le clavara sus coditos a Titón,  tratando de convencerla de que  el abuelo también es una abuela, que si lo veía distinto es porque durante el día usaba un disfraz de hombre que se quitaba bajando un zipper que tiene en la espaldas, lo que solo hacía por las noches cuando todos dormían y nadie lo veía. Su mami horrorizada me pidió que no le confunda la niña. 
Pero esos son del tipo de secretos que comparto con mis nietas que saben que,  por las noches,  a la luz de las estrellas es posible volar con la imaginación si usamos polvos de hadas, pues hubo un tiempo en que su abuela era novia de Peter Pan en el reino de Neverland.
El verano pasado, cuando se marcharon todos los primos, aprovechó que su hermano también se había ido con su papá, para pedirme muy seria que le permitiera dormir una última vez entre nosotros, compartiendo con sus abuelos solo para ella.
En esta primavera Isabel cumplirá una docena de añitos y la niñita chubby se ha convertido en una jovencita alta y espigada como una rama de bambú, que cuando camina mecida por el viento va dejando a su paso el dulce susurro de su alma. 
Y ruego a lo Alto la llene de bendiciones, y que en las noches, cuando volemos juntas,  formemos caritas en el cielo usando las estrellas como ojitos en una carita sonriente con boquita de luna nueva.


jueves, 11 de abril de 2013

BUSCANDO A RICITOS DE ORO




Valeria sospecha que en cualquier momento Ricitos de Oro puede llevarse sus biberones, porque ya va siendo hora de que los deje y así se lo prometió a su mami,  para que no le pase como al Osito, al que,  tras acostarse en su cama, Ricitos le rompió la sillita y le comió su avena.  Así que le prometí que trataría de hablar con ella para negociar que le deje los biberones hasta que cumpla los seis años, que será en octubre próximo.
Como toda abuela que se jacte de serlo, quise cumplir mi promesa, por lo que sube que te sube, me fui a la montaña ya que según los rumores  habían visto una cabecita dorada en el Restaurante Aubergine que está en Cambita.
Subiendo, subiendo y subiendo al fin llegué a lo alto del monte donde está ubicada esta casita de cuentos de hadas que aparece de pronto en medio de la neblina, rodeada de vegetación, en un camino bordeado con  miles de florecitas amarillas,  de las que parecen flores del sol enanas y que crecen silvestres, ¡no se te ocurra cortarlas porque enseguida mueren!
La gente friolenta debe ir bien abrigada,  porque la temperatura varía considerablemente de la que nos vemos obligados a soportar en la ciudad, producto de haber sustituido los verdes árboles por torres grises y de todos los colores y zoológicos de metal con aviesos animales que espantan los niños.
En lo que esperaba a la Ricitos, quise beberme un vinito, con lo que además de calentarme me puse a tono para sostener la seria conversación en la que le prometí a Valeria conseguiría unos cuantos meses más de gracia,  en lo que se acostumbra a desprenderse de sus bibes.
La picadera de salchichas muy a tono con el ambiente alemán de los cuentos,   pero no pueden faltar las berenjenas que le dan el nombre al sitio, y que cocinan de muchas maneras, todas ricas.
Terminamos el almuerzo con un exótico helado de aguacate bañado con mermelada de berries porque en este escondite en la montaña no dudo se den cita otras amiguitas  de Ricitos como la Fresita y todas las que se inspiran en estas frutillas para darle color y olor a sus atuendos.
Finalmente logro conversar con la traviesa Ricitos de Oro, que estaba aparentemente muy tranquila sentada esperándome en un sofá, debajo de la escalera a la entrada de la casita, pero rodeada de amenazantes dragones, dispuestos a lanzar llamas, pero ante mi firme promesa de entregar los biberones de Valeria, acordamos que  en octubre vendrán a celebrar su cumpleaños  y ¿quién sabe?, el final de las historias ha ido variando con el tiempo pero a mi niña hermosa le deseamos que sean siempre felices.

miércoles, 3 de abril de 2013

EL CIRCULO



Juandoliando,  me he hecho fan de las TED Talks, y la más reciente que he escuchado,  más allá de ser un  motivo de reflexión, le ha dado sentido a mi afán actual:  Escribir las memorias de mi infancia.
Resulta que en la conferencia que llamó El Tercer Acto, Jane Fonda nos habla de cómo, al llegar a los sesenta, se ha dedicado a investigar y escribir sobre la revolución de la longevidad, ya que hoy en día vivimos en promedio treinta y cuatro años más que nuestros bisabuelos, es decir toda una segunda vida de adulto;  y de revisar el pasado para perdonar y perdonarnos y entender que muchas cosas de las que nos sentimos culpables, no fueron culpa nuestra,  depende que podamos ser más felices en esta etapa de nuestras vidas.
Producto de sus reflexiones, compara la vida, no con un arco, metáfora según la cual nacemos, llegamos a la cima y decrecemos en la decrepitud de la vejez vista como una patología,   sino  al contrario ver esta oportunidad como un potencial, si comparamos nuestros últimos años con una escalera para la ascensión del espíritu humano, pues éste es lo único que está libre de la ley universal de la entropía, por lo que puede seguir ascendiendo hacia la plenitud, la autenticidad y la sabiduría.
Como dice Jane Fonda, no por idealizar el envejecimiento, sobre el cual no hay garantía de que sea un tiempo para disfrutar y desarrollarse, y yo añado que particularmente no lo es en un país como el nuestro en que, con los ingresos disminuidos o en cero para los que se nos ha negado la oportunidad de adquirir una pensión habiendo trabajado toda nuestra vida de adultos, en  la vejez se  nos hace muy difícil y costoso - por no decir imposible - contar con un seguro médico, y donde aunque existe una ley que exime de impuesto (IPI) a los adultos de más de 65 años con una sola vivienda, la aplicación de esta ley, como nos está pasando a nosotros hoy en día, resulta que es arbitraria y solo la aplica la DGII si le da la gana, lo cual es prácticamente nunca;  pero en el mundo civilizado esta garantía de disfrute  es cuestión de suerte y también genética. 
La buena noticia es que la genética solo influye en una tercera parte, por lo que hay dos terceras partes de probabilidades a favor, y esos dos tercios dependen de lo que hagamos para que estos años añadidos sean todo un éxito y marquen una diferencia positiva. Así que con estos dos tercios se lleva ventaja a la perspectiva según la cual  se ve el vaso medio lleno o medio vacío, dependiendo de si somos optimistas o pesimistas.
Así que regresar al pasado para estudiar y conocer mis primeros dos actos, es lo que,  como aconseja Jane,  me propongo hacer escribiendo mis memorias.  ¿Quién era yo en realidad?,  no aquella que mis padres u otras personas me dijeron que era o me trataron como si lo fuese.  Sino ¿quién era yo?  ¿Quiénes eran mis padres – no como padres -  sino como personas?  ¿Quiénes eran mis abuelos? ¿Cómo trataron a mis padres? Este tipo de cosas.
Tal vez el propósito central del tercer acto, como lo llama la actriz,  y que yo  para aterrizarlo a la realidad de los que solo somos actores del teatro de la vida,  prefiero llamar El Último Cuplé, en recuerdo de la famosa película de Sarita Montiel - sea que aunque generalmente nos empecinamos en afirmar que las reacciones negativas a los acontecimientos y personas del pasado se convierten en  mañas viejas que no se pueden cambiar,  si volvemos atrás y cambiamos nuestra relación  con las personas y acontecimientos del pasado, las vías neuronales pueden cambiar. Y si somos capaces de tener sentimientos más positivos sobre el pasado, esto se convierte en la nueva norma.  Lo cual la lleva a hacer una metáfora diciendo que equivale a reiniciar un termostato, pues lo que nos hace sabios no es tener experiencias, sino reflexionar sobre las experiencias que hemos tenido.  Porque además, nos ayuda a ser íntegros, nos trae sabiduría y autenticidad.   Y nos ayuda a convertirnos,  como dice la canción,  en lo que pudo haber sido y no fue.