miércoles, 3 de abril de 2013

EL CIRCULO



Juandoliando,  me he hecho fan de las TED Talks, y la más reciente que he escuchado,  más allá de ser un  motivo de reflexión, le ha dado sentido a mi afán actual:  Escribir las memorias de mi infancia.
Resulta que en la conferencia que llamó El Tercer Acto, Jane Fonda nos habla de cómo, al llegar a los sesenta, se ha dedicado a investigar y escribir sobre la revolución de la longevidad, ya que hoy en día vivimos en promedio treinta y cuatro años más que nuestros bisabuelos, es decir toda una segunda vida de adulto;  y de revisar el pasado para perdonar y perdonarnos y entender que muchas cosas de las que nos sentimos culpables, no fueron culpa nuestra,  depende que podamos ser más felices en esta etapa de nuestras vidas.
Producto de sus reflexiones, compara la vida, no con un arco, metáfora según la cual nacemos, llegamos a la cima y decrecemos en la decrepitud de la vejez vista como una patología,   sino  al contrario ver esta oportunidad como un potencial, si comparamos nuestros últimos años con una escalera para la ascensión del espíritu humano, pues éste es lo único que está libre de la ley universal de la entropía, por lo que puede seguir ascendiendo hacia la plenitud, la autenticidad y la sabiduría.
Como dice Jane Fonda, no por idealizar el envejecimiento, sobre el cual no hay garantía de que sea un tiempo para disfrutar y desarrollarse, y yo añado que particularmente no lo es en un país como el nuestro en que, con los ingresos disminuidos o en cero para los que se nos ha negado la oportunidad de adquirir una pensión habiendo trabajado toda nuestra vida de adultos, en  la vejez se  nos hace muy difícil y costoso - por no decir imposible - contar con un seguro médico, y donde aunque existe una ley que exime de impuesto (IPI) a los adultos de más de 65 años con una sola vivienda, la aplicación de esta ley, como nos está pasando a nosotros hoy en día, resulta que es arbitraria y solo la aplica la DGII si le da la gana, lo cual es prácticamente nunca;  pero en el mundo civilizado esta garantía de disfrute  es cuestión de suerte y también genética. 
La buena noticia es que la genética solo influye en una tercera parte, por lo que hay dos terceras partes de probabilidades a favor, y esos dos tercios dependen de lo que hagamos para que estos años añadidos sean todo un éxito y marquen una diferencia positiva. Así que con estos dos tercios se lleva ventaja a la perspectiva según la cual  se ve el vaso medio lleno o medio vacío, dependiendo de si somos optimistas o pesimistas.
Así que regresar al pasado para estudiar y conocer mis primeros dos actos, es lo que,  como aconseja Jane,  me propongo hacer escribiendo mis memorias.  ¿Quién era yo en realidad?,  no aquella que mis padres u otras personas me dijeron que era o me trataron como si lo fuese.  Sino ¿quién era yo?  ¿Quiénes eran mis padres – no como padres -  sino como personas?  ¿Quiénes eran mis abuelos? ¿Cómo trataron a mis padres? Este tipo de cosas.
Tal vez el propósito central del tercer acto, como lo llama la actriz,  y que yo  para aterrizarlo a la realidad de los que solo somos actores del teatro de la vida,  prefiero llamar El Último Cuplé, en recuerdo de la famosa película de Sarita Montiel - sea que aunque generalmente nos empecinamos en afirmar que las reacciones negativas a los acontecimientos y personas del pasado se convierten en  mañas viejas que no se pueden cambiar,  si volvemos atrás y cambiamos nuestra relación  con las personas y acontecimientos del pasado, las vías neuronales pueden cambiar. Y si somos capaces de tener sentimientos más positivos sobre el pasado, esto se convierte en la nueva norma.  Lo cual la lleva a hacer una metáfora diciendo que equivale a reiniciar un termostato, pues lo que nos hace sabios no es tener experiencias, sino reflexionar sobre las experiencias que hemos tenido.  Porque además, nos ayuda a ser íntegros, nos trae sabiduría y autenticidad.   Y nos ayuda a convertirnos,  como dice la canción,  en lo que pudo haber sido y no fue.













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