Valeria sospecha que en cualquier
momento Ricitos de Oro puede llevarse sus biberones, porque ya va siendo hora
de que los deje y así se lo prometió a su mami,
para que no le pase como al Osito, al que, tras acostarse en su cama, Ricitos le rompió
la sillita y le comió su avena. Así que
le prometí que trataría de hablar con ella para negociar que le deje los
biberones hasta que cumpla los seis años, que será en octubre próximo.
Como toda abuela que se jacte de
serlo, quise cumplir mi promesa, por lo que sube que te sube, me fui a la
montaña ya que según los rumores habían
visto una cabecita dorada en el Restaurante Aubergine que está en Cambita.
Subiendo, subiendo y subiendo al
fin llegué a lo alto del monte donde está ubicada esta casita de cuentos de
hadas que aparece de pronto en medio de la neblina, rodeada de vegetación, en
un camino bordeado con miles de
florecitas amarillas, de las que parecen
flores del sol enanas y que crecen silvestres, ¡no se te ocurra cortarlas
porque enseguida mueren!
La gente friolenta debe ir bien
abrigada, porque la temperatura varía
considerablemente de la que nos vemos obligados a soportar en la ciudad,
producto de haber sustituido los verdes árboles por torres grises y de todos
los colores y zoológicos de metal con aviesos animales que espantan los niños.
En lo que esperaba a la Ricitos,
quise beberme un vinito, con lo que además de calentarme me puse a tono para
sostener la seria conversación en la que le prometí a Valeria conseguiría unos
cuantos meses más de gracia, en lo que
se acostumbra a desprenderse de sus bibes.
La picadera de salchichas muy a
tono con el ambiente alemán de los cuentos,
pero no pueden faltar las
berenjenas que le dan el nombre al sitio, y que cocinan de muchas maneras,
todas ricas.
Terminamos el almuerzo con un
exótico helado de aguacate bañado con mermelada de berries porque en este
escondite en la montaña no dudo se den cita otras amiguitas de Ricitos como la Fresita y todas las que se
inspiran en estas frutillas para darle color y olor a sus atuendos.
Finalmente logro conversar con la
traviesa Ricitos de Oro, que estaba aparentemente muy tranquila sentada
esperándome en un sofá, debajo de la escalera a la entrada de la casita, pero
rodeada de amenazantes dragones, dispuestos a lanzar llamas, pero ante mi firme
promesa de entregar los biberones de Valeria, acordamos que en octubre vendrán a celebrar su
cumpleaños y ¿quién sabe?, el final de
las historias ha ido variando con el tiempo pero a mi niña hermosa le deseamos
que sean siempre felices.
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