(Publicado en la revista Estilos de Diario Libre el 27 de junio de 2009)
Conservo aún vívidos en mi memoria recuerdos de cuando me mudé a Arroyo Hondo, recién casada, a principios de los años 70’s. Por la calle que pasa frente al Club, paseaban los pavos reales de Don Pompilio, exhibiendo orgullosos sus colas desplegadas. Eran tiempos en que las parejas jóvenes podíamos adquirir un solar por 8 mil pesos, financiados a 20 años, y construir una casa con un préstamo de 15 mil en una Asociación de Ahorros.
Eran tiempos además, en que las casas no tenían verjas ni rejas y podíamos disfrutar la vista de nuestros jardines y los de nuestros vecinos: Frank y Janet Reyes, Socorro Castellanos, Damaris Defilló, Thimo Pimentel, Yayi y Mickey Azar, Freddy Beras Goico, los Khoury, entre otros.
Con el paso de los años, tuvimos que levantar verjas, pero siempre conservé el anhelo de volver a disfrutar de los pavos reales, después que la casa de Don Pompilio se convirtió en parte del Club y las aves ya no estaban. Mi esposo, con su prodigalidad habitual, me regaló un día, no solo una pareja de pavos reales, sino también gansos, patos y gallinas. El pavo real voló y desapareció a los pocos días, y desesperada tuve que regalar las otras aves porque acabaron con el césped y las plantas de mi jardín. Luego vinieron los años de vivir en torres de apartamentos donde apenas puedes tener algunos maceteros.
Viviendo en Metro he vuelto a disfrutar del placer de cultivar un jardín. Disfruto día a día al ver el césped de mi casa cada vez más verde, las mandevillas blancas entretejiéndose en el pergolado, mi pequeño jardín de cintas verdiblancas, con su bola de cerámica azul intenso en el centro, va creciendo; la enredadera, que vino mustia con mi mudanza de la capital, se adhiere lozana al árbol que nos da sombra en el jardín, y aunque, al igual que a la casa en general, trato de mantenerlo todo práctico y manejable por lo que he optado por un jardín ¨evergreen¨, tengo una fuente de cascada con numerosos maceteros de flores multicolores.
Disfruto también cuando salimos a caminar temprano en la mañana, con el fresco de este inviernito que este año se ha prolongado, la vista de los jardines de las demás casas. Caminando, me aprendo los nombres de las calles: Las Trinitarias, Los Rosales, Las Arecas, Las Canas, Los Pomelos, Los Coralillos, Los Mangos, Las Acacias. Me asombro y me deleito con el enfoque individual y la creatividad que cada quien le da al entorno de su casa, a todo esto agregando el hecho de que, vivir cerca de un campo de golf, arbolado, con su césped bien cuidado y sus laguitos habitados por patos y gansos que llenan de alborozo a mis nietos, es una fiesta para los ojos y un remanso de paz para el espíritu.