Vivir en Juan Dolio no significa que estés desterrada, como algunos parecen entender. De hecho, a menudo recibo invitaciones a eventos y actividades familiares y sociales, a compartir con amigos, o necesito realizar diligencias y gestiones personales que me obligan a trasladarme a la capital una o dos veces por semana.
Lo que les puedo asegurar es que después de un día o dos de soportar el reperpero de la ciudad me dan ganas de salir disparada para mi casa, a disfrutar del silencio, mi gozo y mi paz, ya que es ahora que puedo comparar lo que es despertar en Juan Dolio o en la capital.
En la capital no despiertas, ¡te despiertan!, pues aún con el zumbido del aire acondicionado, el estruendo de un bocinazo te hace saltar de la cama a enfrentarte a los tapones, coger pique con un Amet, caminar con cuatro ojos no te vayan a arrancar la cartera, pegarte tremendo susto cuando de repente un fenómeno te toca el vidrio del carro de forma amenazante, y frustrarte cuando sales con una lista de cinco cosas pendientes para terminar resolviendo solo una. Lejos están los días en que lo que oías al despertarte era la voz de los pregoneros cuando gritaban “palitos de coco” o “marchanta aquí están las flores”, “alegría¨!, salías de tu casa, y en cinco o diez minutos llegabas al trabajo o al colegio de los niños.
Despertar en Juan Dolio en cambio es como si durmiera dentro de un caracol, cuando vengo a darme cuenta me quedo seducida cual sirena en los brazos de Morfeo, y aún con los ruidos que hace mi esposo, que es madrugador, al levantarse para caminar temprano, mis intenciones de acompañarlo se quedan muchas veces en ¨mañana sin falta voy¨.
Aprovecho entonces los primeros rayos del sol sentada en mi terraza, con la quietud y el silencio que me invitan a orar, dedicando al Señor estos momentos, sin que nada me interrumpa, y luego me paso el día viviendo lo inesperado.
Es un nuevo estilo de vida que trae cada día un programa diferente, la visita de amigos que cambia los planes de almuerzo, la oportunidad de servir a la comunidad para la cual trabajamos, ir a comprar pescado o mariscos que acaban de traer los pescadores a la playa, que si tengo que ir a San Pedro a comprar algo en Jumbo, o te encuentras con conocidos que hace tiempo no veías y te paras a conversar sobre las experiencias de vivir en la zona.
La calle donde vivo es como un amplio parque por el que se puede caminar o montar bicicleta a cualquier hora, libre de temores, y al caer el día, los atardeceres son un espectáculo por el que no necesitas pagar entrada.
Es este salir de la rutina, por no mencionar tantas otras cosas, lo que me convence cada día más de lo acertada que fue la decisión de pasarme el resto de mi vida Juandoliando.
Querida Pepe:
ResponderEliminarQue bueno saber de ustedes a través de estos amenos escritos que estas publicando en Estilos.
¡ Ardemos de envidia! cuando lo leemos, ja, ja, ja (es una envidia santa) que privilegio el de ustedes.
Bueno somos de tu fan club. Esperamos una invitación para disfrutar más de cerca tanta felicidad.
Morillo y Colucho también quieren ir por allá, me avisa que seguido armamos el bonche!!!.
Abrazos a Santico.
Susana de Logroño
Indira MarrinucciDe ahora en adelante, cuando me pregunten que porque no me mudo a la Capital voy a utilizar unas cuantas frasesitas de Penelope ... yo tambien me siento bendecida por haber decidido pasarme el resto de mi vida 'Juandoliando'!!!!!
ResponderEliminarExcelente articulo, está dentro de mis favoritos!!!
ResponderEliminarUff q hay q hacer??! me gusta, yo quiero! dónde hay q trabajar? :P
ResponderEliminarEl escrito está muy bueno, me encantó... Y muy buena opción la de dedicar el primer tiempo de la mañana a la oración :)
Saludos!