Cuando estoy Juandoliando, a veces voy con mi esposo a comprar masa de cangrejo a un lugar entre Juan Dolio y San Pedro, a la orilla del río, llamado Punta Pescador. Allí he ido conociendo gente sencilla del pueblo, abuelas llenas de sabiduría, trabajadores del barrio, personas que tienen una historia que contar. Los niños se arremolinan a nuestro alrededor porque también quieren salir en la foto o simplemente participar en la conversación. Estaban reunidos formando un gran grupo frente a un colmado cervecero donde han instalado una gran piscina plástica esperando que la llenen para disfrutar de ella.
Es así como he ido conversando con Amado, reparador de redes de pescar; con Marina, la doña que según me dicen hace las mejores arepas de la zona para acompañar el pescado frito que también prepara, y al Jabao que es ya uno de los enllaves de mi esposo y que siempre nos reserva la mejor masa de muelas de cangrejo.
Recuerdo los tiempos cuando mis hijos eran todavía niños y veníamos a Juan Dolio los viernes en la tarde, a la salida del trabajo, en nuestro super Volkswagen de gomas anchas. En esos entonces todavía no existía la excusa de la necesidad de una jeepeta cuando las familias crecen, simplemente nos apiñábamos en nuestro carrito y en la parrilla que colocamos encima teníamos espacio para el corralito que servía de cuna al más pequeño y para el equipaje adicional. Con la inconsciencia de la juventud, mi esposo disfrutaba arrollando los cangrejos de mar que salían por centenares a la carretera, y solo se oía el crac crac, experiencia que muchas otras personas me han dicho que compartieron, y todavía recuerdan.
Nos pasábamos los fines de semanas en casas de amigos, principalmente los Collies, donde cenábamos cangrejos al machaque sazonados con leche de coco, que era la especialidad del cocinero jorobado que tenían, mientras los niños corrían libremente por la playa para jugar haciendo castillos de arena o bañarse en la orilla del mar.
Todavía en la zona se mantiene la tradición de la venta de cangrejos, pero estos son cangrejos azules de cuevas del río. También se obtiene aún bastante pesca, de ahí que según me cuenta Amado, ya tiene más de 40 años dedicado al oficio de reparar redes. La primera vez que visité el barrio lo alcancé a ver reparando una red verde brillante que contrastaba en su colorido con los colores pardos del barro de los callejones.
Doña Marina me dice que tiene más de 20 años haciendo arepas porque antes del desalojo lo que hacía era yaniqueques para vender a orillas de la carretera, pero que sus arepas se han hecho tan famosas que las compran para llevarlas a los “países.” Prometí volver a visitarla porque las últimas dos veces que he ido ha estado en proceso de preparación de la masa y todavía no he probado las dichosas arepas.
Finalmente nos paramos a hacer nuestra compra habitual donde el Jabao que en ese momento no estaba, pero sus empleados que ya nos conocen nos vendieron la masa de muela de cangrejos que queríamos comprar y hasta nos ofrecieron ir a comprarnos par de cervezas para compartir, lástima que los apagones no dan tregua y fue imposible conseguir unas frías.
Es así como he ido conversando con Amado, reparador de redes de pescar; con Marina, la doña que según me dicen hace las mejores arepas de la zona para acompañar el pescado frito que también prepara, y al Jabao que es ya uno de los enllaves de mi esposo y que siempre nos reserva la mejor masa de muelas de cangrejo.
Recuerdo los tiempos cuando mis hijos eran todavía niños y veníamos a Juan Dolio los viernes en la tarde, a la salida del trabajo, en nuestro super Volkswagen de gomas anchas. En esos entonces todavía no existía la excusa de la necesidad de una jeepeta cuando las familias crecen, simplemente nos apiñábamos en nuestro carrito y en la parrilla que colocamos encima teníamos espacio para el corralito que servía de cuna al más pequeño y para el equipaje adicional. Con la inconsciencia de la juventud, mi esposo disfrutaba arrollando los cangrejos de mar que salían por centenares a la carretera, y solo se oía el crac crac, experiencia que muchas otras personas me han dicho que compartieron, y todavía recuerdan.
Nos pasábamos los fines de semanas en casas de amigos, principalmente los Collies, donde cenábamos cangrejos al machaque sazonados con leche de coco, que era la especialidad del cocinero jorobado que tenían, mientras los niños corrían libremente por la playa para jugar haciendo castillos de arena o bañarse en la orilla del mar.
Todavía en la zona se mantiene la tradición de la venta de cangrejos, pero estos son cangrejos azules de cuevas del río. También se obtiene aún bastante pesca, de ahí que según me cuenta Amado, ya tiene más de 40 años dedicado al oficio de reparar redes. La primera vez que visité el barrio lo alcancé a ver reparando una red verde brillante que contrastaba en su colorido con los colores pardos del barro de los callejones.
Doña Marina me dice que tiene más de 20 años haciendo arepas porque antes del desalojo lo que hacía era yaniqueques para vender a orillas de la carretera, pero que sus arepas se han hecho tan famosas que las compran para llevarlas a los “países.” Prometí volver a visitarla porque las últimas dos veces que he ido ha estado en proceso de preparación de la masa y todavía no he probado las dichosas arepas.
Finalmente nos paramos a hacer nuestra compra habitual donde el Jabao que en ese momento no estaba, pero sus empleados que ya nos conocen nos vendieron la masa de muela de cangrejos que queríamos comprar y hasta nos ofrecieron ir a comprarnos par de cervezas para compartir, lástima que los apagones no dan tregua y fue imposible conseguir unas frías.
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