Para esta etapa del abueleo no hay nada como vivir en Metro. Cuando vienen los nietos a visitarnos las opciones sobran. Aparte de los consabidos baños en la piscina, las exploraciones en el patio en busca de algún animalejo que pueda ser objeto de estudio con el kit que le trajo la Navidad a Isabel, mi científica favorita, están las montadas en bicis que aquí pueden hacer a sus anchas ya que nuestras calles ofrecen seguridad para los pequeños.
Los fines de semana y en vacaciones, siempre aparece alguna amiguita en busca de coro para jugar juntas o simplemente cambiar de ambiente de piscina. Es así como trato de que coincidan las visitas de Isabel con las de Marité porque a ambas les encanta compartir juntas los paseos en el carrito de golf que ésta última maneja como toda una experta y luego se van a inventar coreografías de danzas acuáticas en la piscina, a las cuales tenemos ambas abuelas que asistir como espectadoras y aplaudirlas con entusiasmo para que nos digan que somos cool.
El campo de fútbol está cada vez más concurrido por las tardes. Ya se han formado grupos de niños, pre-teens - porque ¡ojo, no se te ocurra decirle niña a las que ya cumplieron sus diez añitos, apréndete ese nombre para que no seas una abuela que está quedá! - adolescentes, hembras y varones y pronto podremos comenzar a hacer intercambios o competencias con otros clubes.
Los niños disfrutan mucho también sus clases de tennis o las clínicas de golf que se organizan de tiempo en tiempo especialmente para ellos. Los más pequeños disponen del parquecito con los columpios y el tobogán frente a la Casa Club.
Ahora tenemos también el Club de Playa, Café del Sol, donde no solo pueden respirar aire puro y caminar con los pies descalzos, hacer castillos de arena o darse un bañito de mar en aguas poco profundas, sino que gozan de las sabrosas pizzas que se incluyen en el menú especialmente para los niños.
No hay nada como este amor de abuelos, añoñador y alegremente irresponsable, del que los nietos se aprovechan para levantarse y acostarse a las horas que les da la gana, almorzar papas fritas con helados, o acompañar al abuelo si es el varón o la abuela si es la niña, a montarse en el asiento delantero del carro, si estamos dentro del ámbito de Metro.
Son detalles que hace a los niños sentirse libres y a nosotros nos recuerda los años de nuestra infancia y aún la de nuestros propios hijos, cuando montábamos alegremente a nuestros bebés en el espacio entre los dos asientos delanteros, sin cinturón de seguridad ni siquiera cuando íbamos por carretera, no había la necesidad que hay ahora de vivir en una zozobra y un sobresalto desde el agua que se bebe no vaya a estar contaminada, lo que se come y hasta donde y con quien pueden andar los niños. Eran tiempos ¡cuando éramos felices!
Gracias Mama!
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