jueves, 2 de abril de 2009

VIVENCIAS DE UNA MUDANZA


Mudarse a una vivienda diferente, recién construida o no, implica un sinnúmero de tareas y readaptaciones, que en algunos casos constituye todo un reto, no solo por la atención que requiere dar seguimiento a los trabajos y servicios que demanda este cambio , sino también porque en épocas de crisis debemos ingeniarnos para reciclar y adecuar los muebles y utensilios que poseemos y hemos acumulado durante largos años de vida matrimonial y hogareña; objetos que parecen contarnos mil historias de recuerdos, de aquel dinero extra que con tanto esfuerzo nos ganamos, o de las ocasiones en que los recibimos como regalo o herencia de familiares o amigos.

Aunque imagino lo excitante que debe resultar disponer de la capacidad económica para escoger en las mejores tiendas los mobiliarios y complementos de decoración que desearíamos para una nueva vivienda - mejor aún si acompañados por el apoyo de un decorador profesional - no cabe duda de que reinventar lo que poseemos constituye una verdadera gimnasia cerebral, que saca de nuestro interior esa creatividad que en mayor o menor grado todos poseemos.

Fue así como un juego de comedor, originalmente pintado con óleo verde, que después durante un tiempo pasó a lucir el color caoba, ha sido transformado y pintado de blanco con una técnica novedosa y moderna que provoca hoy día la admiración y asombro de quienes nos visitan.

Combinar lo nuevo con lo viejo, lo antiguo con lo moderno, lo útil y necesario con lo simplemente decorativo, y usar nuestras dotes y talentos, así como la experiencia acumulada de muchos años conociendo lo que más agrada a nuestra familia y amigos, requiere dedicación y empeño, si queremos que el resultado sea un todo armonioso que haga de nuestro hogar ese lugar acogedor y hospitalario donde nuestras visitas quieren disfrutar y permanecer por muchas horas.

Recibir la visita de la familia y los amigos, especialmente de nuestros hijos y nietos, verlos jugar y compartir adultos y chicos, el baño en la piscina, la sombra de ¨nuestro¨ árbol, mecerse en la hamaca, hacer figuras en la arena, comer el postre o beber café por las tardes en el pergolado, gritar alborotados por la pequeña rana que habían atrapado y logra escaparse, perseguir mariposas o tirar una pelota, son goces que forman parte de este nuevo estilo de vida.

Y luego, cuando sentimos, con el paso de los días, que cada espacio se va acomodando y lo nuevo se torna en familiar, porque ha ido recibiendo nuestro toque personal y la impresión de nuestras huellas, despertamos una mañana y sabemos que estamos en casa. Al final de las tardes de domingo, aunque sintamos la nostalgia del nido vacío cuando vemos que nuestros visitantes se marchan, sabemos que necesitamos también reencontrarnos con nosotros mismos, y solos con nuestra pareja, disfrutar la quietud y el silencio de este lugar tan maravilloso que hemos construido y llenar nuestro espíritu de la alegre expectativa que nos produce saber que pronto disfrutaremos de la algarabía y emoción de verlos de nuevo.

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